Odio lo difícil que es hablar con la gente. Odio lo incómodo que me siento en situaciones sociales.
Odio cómo me siento como si no perteneciera todo el tiempo; Odio cuánto tiempo me concentro en mis errores, incluso si no son grandes.
Cuánto tiempo pienso en el chiste que dije y del que nadie se rió.
Cuánto tiempo pienso en el estúpido mensaje de texto que envié que no fue lo suficientemente interesante como para merecer una respuesta.
Cuánto tiempo pienso en cómo tartamudeé al hablar con alguien a quien quería impresionar.
Odio la frecuencia con la que cancelo planes. Odio lo asustado que estoy pidiendo a la gente su número de teléfono o si tienen tiempo para reunirse. Odio la forma en que siempre estoy al margen mientras todos los demás se divierten.
Odio lo celoso que me pongo de otras personas. Personas que pueden iniciar una conversación con cualquier persona, en cualquier lugar.

Personas que son mejores amigas de mis amigos, aunque los conozco desde hace mucho tiempo. Personas que no tienen problemas para contestar el teléfono o hablar con un cajero.
Odio la frecuencia con la que me enojo con la gente porque no entienden mi miedo. De los profesores que siguen llamándome en clase a pesar de que ven lo difícil que me resulta hablar.
Acerca de ‘amigos’ que me exponen en grupos al preguntarme por qué estoy tan quieto. Sobre extraños que intentan charlar conmigo en el autobús o en el ascensor y luego se ven decepcionados cuando solo sonrío y asiento.

Odio lo estúpido que me veo cuando estoy sorprendido y no puedo pensar en nada que decir. Odio lo grosero que parezco cuando alguien intenta hablarme y me resulta demasiado difícil responder.
Odio con cuánta anticipación me preocupo por los próximos eventos. Cómo me enferma físicamente pensar en una fiesta o un viaje o una cita en la peluquería.
Odio la forma en que debería ser feliz, pero en cambio me entra el pánico.

Odio cuánto tiempo paso esperando. Esperando que alguien me envíe un mensaje de texto primero como prueba de que significo algo para ellos.
Esperando a que alguien me conozca para no tener que lidiar con el rechazo. Esperando a que mi miedo disminuya para poder salir de casa.
Odio perderme cosas. No ir a un concierto que tenía muchas ganas de ver porque tengo demasiado miedo para ir solo.

No comprar la hamburguesa que quería porque tenía demasiado miedo del drive-through. No voy a una fiesta porque tengo miedo de hacer el ridículo.
Odio poner excusas para encubrir mi miedo. Decirle a la gente que no me siento bien o que no he dormido lo suficiente para que dejen de preguntarme por qué soy tan insociable.
Odio vivir una mentira

Odio cuántas veces me tiemblan las manos. Odio lo fuerte que es mi dolor de estómago. Odio lo fuerte que se pone mi dolor de cabeza. Odio que mi miedo tenga control físico y mental sobre mí.
Odio la forma en que sigo recordándome a mí mismo que odio mi miedo, no a mí mismo. Pero a veces es difícil distinguir la diferencia entre los dos.